Por Ariel Guarco, presidente de la ACI
Paz, equidad, democracia, justicia social, entre otras premisas, deben guiarnos hoy en la construcción de un Mundo sostenible. Esto es, un mundo donde gestionemos los recursos que tenemos a disposición sin comprometer el ambiente y garantizando el abastecimiento de esos recursos para las próximas generaciones.
Pero hablar de Desarrollo Sostenible es, también, hablar de la posibilidad de que cada comunidad pueda decidir de manera soberana cómo construir su propio destino, en relación armónica con el entorno y con los demás pueblos.
En la historia de la humanidad, siempre ha habido tensiones, conflictos, catástrofes sociales, sanitarias y naturales, que provocaron daños e incertidumbre en distintos lugares del planeta.
En la era de la globalización, hemos visto -y padecido- distintos flagelos, desde guerras hasta pandemias, pasando por cracks financieros y desigualdades crecientes.
Desde la caída del Muro de Berlín, el mundo es uno. Sin embargo, la diversidad étnica, cultural, religiosa, de géneros, entre otras, se va convirtiendo cada vez más en la excusa para fragmentar a la civilización mundial y generar conflictos cuya verdadera razón es la competencia y avaricia en el control de los recursos (tierras, energías, minerales, datos, etcétera).
No hace falta describir lo que están sufriendo millones de personas inocentes en muchos lugares de nuestro planeta donde la violencia -incluso contra niños- se ha transformado en el lenguaje de la geopolítica internacional. Transitamos, en efecto, el momento histórico donde más conflictos bélicos hay a nivel mundial.
Ya hace algunos años, el Papa Francisco había advertido que estábamos frente a la tercera guerra mundial en cuotas. Y dejó una sugerencia, que tomo como propia: “Hay que alejarse del patrón normal de que Caperucita Roja era buena y el lobo era malo. Está surgiendo algo global, con elementos muy entrelazados”.
En este complejo escenario puede ser difícil encontrar una manera de ver y actuar que sea justa y, sobre todo, conducente hacia ese otro modelo de desarrollo basado en la paz, la equidad y la sostenibilidad.
Los y las cooperativistas, que hoy somos parte de una familia con más de mil millones de miembros en todos los continentes, tenemos varios elementos importantes para despejar la confusión. Para dar certezas. Para mostrar otro camino.
Hace casi dos siglos forjamos -me permito la primera persona del plural porque somos, y debemos sentirnos, herederos de aquellos pioneros- un modelo de empresa que no reniega del capital, al contrario, pero lo subordina a las necesidades de las personas.
Un modelo de empresa con principios y valores, que son la base de una doctrina aun vigente. Digamos mejor, más vigente que nunca. Porque la resiliencia de las cooperativas no es una virtud aleatoria, sino más bien el resultado de guiar su actividad de manera permanente hacia el bien común.
Es decir, en momentos de crisis, las cooperativas no desaparecen, no pueden hacerlo. No pueden irse a ningún lado. Están donde las fundaron las personas que decidieron asociarse para responder de manera colectiva a sus propias necesidades.
Y, sobre esa base, generan prosperidad material y cultural en los territorios donde están arraigadas. Esto lo sabemos bien quienes integramos este tipo de organizaciones.
Pero la novedad, y lo que ratifica la vigencia de este modelo -la mayor innovación social de la era moderna- es el creciente reconocimiento por parte de los principales actores del escenario global.
Ya muchos estarán al tanto de que la ONU está proponiendo que el 2025 sea -como fue el 2012- Año Internacional de las Cooperativas. Esto no es aleatorio ni es meramente simbólico.
Es el resultado de un exitoso trabajo de incidencia desde la Alianza Cooperativa Internacional, sus comités, regiones y sectores, miembros y aliados, como es el CIRIEC.
Cada uno desde su lugar ha ido logrando cada vez mayor impacto en ámbitos públicos y privados a niveles nacionales y supranacionales.
En base al creciente protagonismo de las cooperativas en cada uno de sus países y continentes, las Naciones Unidas han adoptado distintas resoluciones en el último tiempo, como la aprobada en el año 2023, que promueven a las empresas de la economía social y solidaria de cara a la agenda de desarrollo sostenible.
Estas se suman a una resolución de la OIT relativa al trabajo decente y la economía social y solidaria, un escalón más luego de la recomendación 193 de la OIT en 2002.
Vale mencionar que, tanto con esta organización de Naciones Unidas como con la FAO -encargada de la alimentación y la agricultura- hemos firmado memorandos de entendimiento y acuerdos para trabajar juntos en un contexto donde el desempleo y la precarización -juvenil, mayormente- amenazan el futuro del trabajo, al tiempo que millones de familias no pueden acceder a alimentación segura ni muchos productores rurales alcanzan condiciones dignas.
Finalmente, es de destacar el creciente protagonismo de las cooperativas en el B20 y el C20, espacios de empresas y de la sociedad civil, respectivamente, en el ámbito del G20. Como así también la Recomendación sobre la Economía Social y Solidaria y la Innovación Social adoptada por el Consejo de la OCDE a mediados de 2022.
A nivel regional, el Plan de acción de la UE para la economía social se ha posicionado como una herramienta para ampliar la escala de la economía social. Otros reconocimientos incluyen el Manifiesto de San Sebastián, firmado en noviembre de 2023 por 19 países de la UE reconociendo el papel clave de los actores de la economía social, y recientemente el de Lieja.
Estos apoyos que estamos recibiendo como movimiento son indicios claros de que estamos avanzando en el camino correcto si queremos ser una opción concreta a la hora de revertir los daños que provocan en la naturaleza y en las personas las guerras, las desigualdades y las injusticias propias de modelos de acumulación basados en la explotación, el egoísmo y la competencia.
Nuestro modelo es la base de un paradigma socioeconómico distinto, con 200 años de probada trayectoria, demostrando que la cooperación es más eficiente que la competencia y que una economía centrada en las personas y el ambiente funciona mejor que una economía anclada en la especulación financiera y la disputa permanente por el control de los recursos.
En definitiva, somos portadores de una herramienta que nos permite que la letra de estos acuerdos, recomendaciones y documentos del más alto nivel en el organigrama internacional se vuelva realidad en cada uno de nuestros territorios, y que el desarrollo sostenible no sea meramente una agenda de los organismos regionales y globales sino una posibilidad concreta de cada familia, de cada comunidad, para alcanzar cada día un bienestar mayor…
Estamos convencidos de que, si queremos insertarnos en el mundo desde un lugar de compromiso con el desarrollo sostenible, la democracia y la igualdad, entonces no podemos desaprovechar el reconocimiento global que nos hemos ganado.
Debemos valorar todo lo que hemos hecho y ponerlo en diálogo con los hombres y mujeres que comparten nuestros valores en todo el mundo.
Juntos podemos construir desde cada país, desde cada comunidad, desde cada región, el Mundo justo, solidario y en paz que queremos y que nos merecemos