Por Giuseppe Guerini, Presidente de CECOP y miembro del Comité Económico y Social Europeo
En la catástrofe mundial de la pandemia, la contribución de las organizaciones de la economía social se ha situado inmediatamente en primera línea para responder a las emergencias de muchas personas en dificultades. Se trata de redes de solidaridad, de acciones de voluntariado, de asociaciones y de cooperativas sociales, que han sido capaces de poner en marcha respuestas de gran solidaridad y proximidad con las comunidades locales.
Pero la pandemia también ha provocado un nuevo crecimiento de las desigualdades, que se suma a un proceso que ya lleva muchos años en Europa y que ve cómo las formas de «segmentación» de la sociedad se alimentan de múltiples desigualdades, determinadas por las diferentes capacidades de acceso a los servicios, a la información y a las competencias necesarias para acceder a los servicios.
Así, surgen nuevas formas de desigualdad en el uso de los servicios sociales, entre otras cosas por la dificultad de conciliar los servicios y gastos sociales privados con el gasto social público.
Por eso creo que el plan de acción para el Pilar de Derechos Sociales europeo, presentado por la Comisión Europea el pasado mes de marzo, es muy importante. Pero igual de importante debe ser el Plan de Acción para la Economía Social, anunciado para finales de este año.
Porque las organizaciones de la economía social pueden desempeñar un papel fundamental en el renacimiento europeo post-pandémico. Porque tenemos que encontrar nuevas formas de reconstruir un sistema de protección social innovador y flexible que no sea sólo un instrumento de cohesión social.
La economía social puede ser la clave también de nuevas oportunidades de desarrollo, como venimos defendiendo desde hace tiempo, cuando decimos que la protección social no es un coste sino una inversión y que hoy, en las economías maduras, el sistema de bienestar y la protección social es esencial para garantizar la estabilidad y competitividad del sistema productivo y económico. Mientras, una vez más, nos arriesgamos a enfrentarlos con la terca repetición de la pregunta: «¿debemos salvar la economía o la salud?» Como si ambas cuestiones no estuvieran relacionadas.
Sin embargo, creemos que es útil y conveniente establecer un sistema de salud y protección social adecuado para garantizar el funcionamiento del sistema empresarial y apoyar el desarrollo económico.
Por ello, habría que trabajar para promover y reforzar los lazos y las relaciones sociales, no sólo como una dimensión natural de la acción entre las personas, sino como una forma de comportamiento entre organismos e instituciones, tanto a nivel local y regional como a nivel estatal, hasta conseguir una perspectiva europea de las políticas sociales.
Por ello, es necesario relanzar una idea de justicia y cohesión social, en la que una mayor responsabilidad de las personas hacia el bien común se convierta en la base sobre la que construir un modelo de desarrollo económico y social sostenible e integrador, que necesita un proyecto de ciudad y territorio capaz de valorar la proximidad, las redes relacionales de solidaridad, redescubrir el mutualismo y otra concepción de la economía. En definitiva, un modelo de desarrollo que parte de la creación de valor en lugar de perseguir la extracción de valor.
Hay que promover una idea de bienestar comunitario que una los contextos locales y los sistemas de producción, que integre el bienestar municipal y regional con las redes de protección mutua y contractual, con las redes de bienestar empresarial y con la responsabilidad solidaria.
Es necesario recordar que un sistema económico en transformación no debe ni puede considerar las políticas sociales como formas de caridad o de seguridad social pública, sino como la base que sustenta una sociedad y su sistema productivo.
Debemos ser capaces de construir una sociedad que invierta la relación entre la economía y el bienestar, porque creemos que la resistencia y la estabilidad del sistema económico y productivo derivan de nuestra capacidad para reinventar los sistemas de atención, protección social, asistencia, educación y formación.
De hecho, es imposible imaginar que un continente de personas mayores, familias vulnerables y jóvenes que se hacen adultos cada vez más tarde pueda aumentar el empleo, la productividad y el progreso social si no sabemos cómo proporcionar un sistema de atención y protección a esta población.
En otras palabras, serán el bienestar y el trabajo los que sostengan la economía en general, y dado que la capacidad de crear y mantener puestos de trabajo está demostrada en la economía social, esto subraya aún más nuestro papel.
Es cierto que la naturaleza y las formas de trabajo cambiarán, tal y como las hemos conocido en los últimos siglos, y el bienestar, la cultura y la formación, la salud y la protección del medio ambiente deben convertirse en factores esenciales para un crecimiento económico sostenible, lo que implica considerar la equidad como un valor fundamental.
Es necesario pensar en los territorios, en las ciudades, en las comunidades locales, porque los lugares de relación son la condición necesaria para construir lugares de trabajo y lugares de encuentro para las personas. En otras palabras, son la base de la cohesión social. Para lograr estos propósitos hoy, en una época de grandes transformaciones, es necesario imaginar las instituciones como lugares de encuentro abiertos para ser fuente de innovación social.
Definitivamente, el bienestar y la protección social han dejado de ser un tema exclusivo de las políticas públicas, al igual que ha dejado de preocupar exclusivamente a los segmentos marginales de la población. El bienestar concierne a todos y es una poderosa herramienta de desarrollo y un sector fundamental para la inversión, el crecimiento y el empleo. Un bien común a todos los niveles. Y como bien sabemos, las empresas de economía social -empezando por las cooperativas- son empresas que nacen del deseo de las personas de compartir y proteger los bienes comunes.